Después de unos cuantos años de patear ferias internacionales de alimentación como técnica de exportación de una empresa gallega, Olga Amado quiso hacer camino por su cuenta y riesgo, poniendo en marcha una tienda de delicias que hasta entonces no se podían encontrar en A Coruña. “En mis viajes veía productos que no encontraba aquí y decidí ser yo quien los trajera”. Al mismo tiempo, consideraba fundamental cuidar el packaging, algo que echaba muy en falta en la cultura de la alimentación en Galicia: “no podemos poner la calidad del producto como excusa para descuidar la presentación, yo quería unir la calidad con la estética, que te apeteciese regalar o tener eso en tu casa por ser algo bonito, que luce”. Por eso se encarga de decorar ella misma las cajas que encierran todo tipo de manjares, “de modo que cada una sea diferente”.
Un aspecto que también cuida con esmero en la decoración de la tienda. De ahí que La Canalla Gourmet , ubicada en las inmediaciones de la coruñesa calle Real, no deje indiferente a quien pasa por delante. “Les llama la atención el aspecto y el nombre, todos los días alguien se hace una foto con él”, se sonríe , explicando que lo eligió “porque me gusta Joaquín Sabina y me gusta cómo suena la palabra canalla, la gente joven lo asocia con algo atrevido”. Aunque su clientela es de todas las edades, sabe que llamarse así le ayuda a diferenciarse de negocios más tradicionales donde te atienden “con camisa blanca y chaleco”, mientras que “yo llevo vaqueros rotos y alpargatas”.
Esta imagen diferenciadora refleja su personalidad y acerca a las personas a su local, donde intenta que la gente se sienta a gusto: “les explico el producto, las opciones para consumirlo, algunos ya son amigos, nos contamos nuestra vida y aunque no compren entran a saludar”. Muestra de esta empatía es que a veces “me vienen niños con 10 euros a pedirme algo para regalar a sus padres, y eso no se plantean hacerlo en otro tipo de tiendas, ya ni entran”.
Además del escaparate físico que renueva con frecuencia, no olvida mimar sus otras ventanas, las de Facebook e Instagram, que muchos de sus clientes “usan de escaparate, ven lo que tengo y me mandan un mensaje o me llaman para hacer el pedido, o también son la vía por la que se enteran de las catas que organizo y así vienen a la tienda por primera vez”. La venta on line es un paso pendiente que Olga sabe que tiene que dar, antes o después.
“Todos los que estamos abriendo negocios nuevos estamos intentando adentrarnos en el mundo del comercio 360, e igualmente debe hacerlo el comercio tradicional”, asegura. “La clave es crear tiendas no para ti sino para el usuario, por tanto, no se pueden hacer las cosas como siempre se han hecho, aunque al principio resulte incómodo es necesario estar donde está la gente y adaptarse a ella, no pretender que se adapten al comerciante”. Y ejemplifica: “si la gente usa móvil, si está en las redes sociales… tendremos que usar sus mismos canales, que además son una parte importante del boca a boca, a mí me interesa que me sigan en internet, porque así me ven los amigos de mis seguidores”.
Olga anima a salir de la zona de confort: “hay que buscar constantemente novedades, es lo que la gente espera, y que estemos atentos a sus peticiones, dándoles todo tipo de facilidades para contactar por los nuevos canales tecnológicos, para llevarles el producto a casa y para conseguirles lo que buscan, aunque no lo tengamos en la tienda”.
Una actitud de flexibilidad y colaboración que también aplica en sus relaciones con los establecimientos vecinos. “Afortunadamente, en esta zona están surgiendo nuevos negocios y nos apoyamos entre todos, creo que antes los comerciantes se veían entre ellos más como competidores y eso también está cambiando. Además me alegra contribuir a recuperar una zona comercial emblemática, poco a poco se ven cosas nuevas que le dan un aire diferente a lo que veíamos en los últimos años”.
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